Mi hermano Abelardo, más conocido por "Majitus", desde Connecticut y vía internet, nos narra una de sus experiencias en Colombia:
Era la época en que los llamados carteles de la droga de Cali y de Medellín estaban en su terrorífica guerra: los capos de Cali enviaban a sus secuaces a ponerle bombas a Medallo y viceversa.
Cada habitante vivía en permanente zozobra y temía por su vida. Al ver o al escuchar el encendido de un fósforo se suponía que era para prender aquel explosivo y destructor artefacto. El golpear de una puerta y, peor aún, el estallido de una llanta eran motivo para que cualquier persona pensara que le había llegado la hora. Cualquier persona que veíamos en la calle con un paquete, o con una caja, de inmediato sospechábamos que ahí llevaba la tan temida bomba.
Estaba, pues, yo (hace unos siete años) en una de las principales vías de la bella villa de Medellín -la avenida Oriental- esperando el bus de Envigado que me llevaría a mi residencia; mientras el tiempo transcurría, pensaba en la espantosa situación que vivíamos los colombianos. Justo, en ese momento, vi a lo lejos una avalancha de gente que corría desesperada. Yo me llené de pánico y me dije: aquí fue mi hora final.
En medio del susto y frunciendo el cu... ello, como pude, me metí en el tumulto. Angustiado, y a la espera del estallido, arranqué a correr a la velocidad que daban mis temblorosas piernas. Al rato, mama’o y con la lengua afuera, le pregunté a uno de los sudorosos parroquianos que por qué corrían tanto; éste me contesto: “Es que vamos en la Gran Maratón de la Solidaridad por Colombia”.
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