domingo, 25 de abril de 2021

Como dijo...


 • un albañil, antes de morir: “No me movás la escalera, ¡$#@¿€&!”.
• un alcalde ciego: “Hueco que vea, hueco que mando a tapar”. 
• un arriero: “En el camino se arreglan las cargas”. 
• un bombero: “El día de la quema se verá el humo”.
• un boxeador: “Al caído... ¡caele!”.
• un carpintero: “De tal palo tal astilla”.
• un contador: “Debe haber saldo”.
• un dermatólogo: “¡Vamos al grano!”.
• un dueño de restaurante: “Dos cucharadas de caldo, y manos a la presa”.
• un escritor: “Lo escrito, escrito está”.
• un ginecólogo: “Termino esta cesárea, y... ¡parto!”.
• un jardinero: “Seamos felices, mientras podamos”.
• un odontólogo: “A caballo regalado, no se le mira el diente”.
• un panadero: “¡Al pan, pan; y al vino, vino!”.
• un peluquero: “Eso es como quitarle el pelo a un reloj”.
• un profesor: “Perdió el año, mijo”.
• un tahúr: “Barajámela más despacio”.
• un uñero: “Creo en la reencarnación”.
• un zapatero: “La pecueca es hereditaria”.
• una fritanguera: “Hagamos de tripas corazón”.
• una mujer feísima: “A mal tiempo, buena cara”.
• una parturienta: “A lo hecho... ¡pecho!”.
• una recién casada: “Con ganas de mucho, y... sin ganas de nada”.
• una yegua: “Ningún auto reemplaza al caballo”.
• Google: “¡Lo sé todo...!”.
• Van Gogh: “Me hice el de la oreja mocha”. O…
• Como les dijeron en una boda: “Un cristo más, y una virgen menos”. Y...
• A un mazamorrero: “¿Le quedó claro?”.

sábado, 17 de abril de 2021

Fraudes cibernéticos


 Los mensajes (corruptos o dañinos), tipo cadena, que circulan  y abundan en las redes sociales y en la internet, son muy fáciles de identificar. Se distinguen por tener cualquiera de estas características (una o varias):
1.- Se refieren a favores de solidaridad, cesión de fortunas multimillonarias, calendarios con fechas curiosas o irrepetibles (por lo general falsas), obsequios de empresas (con el lleno de encuestas que vencen a los pocos minutos),  suspensión en los servicios de las aplicaciones, advertencias de virus, modalidades de atraco, consejos para la salud, adultos extraviados o niños robados (aunque en este último caso, no se puede negar ni tapar la realidad de que, diariamente, en el mundo, se pierden, roban y secuestran niños; pero… los dolientes <99%> nunca recurren a las redes sociales para la búsqueda de sus seres queridos); y… hasta hermosos mensajes religiosos y de superación personal vemos por doquier.
2.- Están plagados de errores morfológicos, semánticos, ortográficos, de sintaxis y de puntuación; predominando en ellos su pésima redacción. 
3.- Llegan con mescolanzas de colores, emoticones y variedad de arabescos; y con diferentes fuentes y puntajes.
4.- Los teléfonos de contacto siempre son falsos. 
5.- Presionan para que sean reenviados a determinado número de contactos.
6.- Finalizan con intimidaciones, amenazando con padecer desgracias si no se reenvían; o con lisonjas y halagos de obtener beneficios si se hace.
7.- Quienes los reenvían aseguran (sin siquiera verificar su autenticidad) que… “a mí me sucedió” o “a mí se me cumplió”.
Los inescrupulosos que inician esas cadenas fraudulentas lo hacen para clonar cuentas, usurpar claves y acceder a datos financieros. Lamentablemente, quienes los reciben hacen caso omiso de los riesgos que se pueden correr.
Se ha vuelto una manía (¡fraudomanía!) la práctica de reenviar a todos los contactos esas perjudiciales cadenas, la inmensa mayoría... ¡sin siquiera haberlas leído! Lo importante es saber distinguir entre las comunicaciones reales y las falsas retahílas.
Mi modesta recomendación es la de no responderlas, por bonitas o solidarias que parezcan; y... –por seguridad, para no afrontar riesgos– eliminarlas de inmediato; pero… ¡sin reenviárselas a nadie! 
Resulta más beneficioso para todos difundir estas advertencias, alertando familiares y amigos acerca de esta modalidad delictiva.
La enorme mayoría de personas, inmersas en la práctica de reenviar –sin verificación alguna– todo lo que les reenvían, se desentienden de las precauciones necesarias; e incluso llegan a disgustarse por recomendarles cautela, considerando que sólo son suposiciones o temores infundados de quien este texto escribe.

¡Presidente no..., expresidente!

 


A propósito del desliz freudiano-narcisista (lapsus linguae) en el que incurrió el senador Álvaro Uribe Vélez (entrevista, Mañanas Blu, con Ricardo Ospina) cuando aseguró: “¡Yo soy el ‘presidente’ de Colombia…!”, ‘chispoteada’ referida en Confidenciales (SEMANA, edición n.º 1.946); resulta oportuno y necesario –en defensa del buen uso del lenguaje– traer a colación la norma existente acerca del tratamiento correcto para los jefes de Estado:
– Presidente electo, el candidato ganador de unas elecciones; hasta la fecha en que se lleva a cabo, de manera oficial, la transmisión del mando.
– Presidente, quien ejerce el cargo en propiedad: Iván Duque Márquez.
– Expresidente, quienes hayan ejercido la presidencia y estén vivos: César Gaviria, Ernesto Samper, Andrés Pastrana, Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos.
A los expresidentes –solo cuando fallecen, y en homenaje póstumo– se les reasigna su dignidad de presidente: Guillermo León Valencia, Carlos Lleras, Virgilio Barco, Misael Pastrana, Julio César Turbay, Alfonso López, Belisario Betancur, y todos los que nos han dejado.
Luego es un despropósito, que raya en la idolatría a ultranza, llamar a Álvaro Uribe ”presidente” cuando ya no lo es; a no ser que funja como tal en ‘cuerpo ajeno’.
Conviene recordar que si en un texto va el nombre del mandatario, el cargo se escribe con minúscula; y en mayúscula, si no se le nombra: “El presidente Duque objetó los acuerdos de paz” o “El Presidente objetó los acuerdos de paz”.
La jauría de aduladores uribistas, entre ellos el presidente Duque; la vicepresidente, Marta Lucía Ramírez; el ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla; la exministra de Justicia, Gloria María Borrero; la directora de la Agencia Nacional de Tierras, Myriam Carolina Martínez; el gobernador de Antioquia, Luis Emilio Pérez; los senadores Ernesto Macías, Carlos Felipe Mejía, Paloma Valencia, María Fernanda Cabal, José Obdulio Gaviria, John Harold Suárez; sus abogados defensores, Jaime Granados y Jaime Lombana; y –últimamente– su ‘abogánster’, Diego Cadena; y el periodista Julio Sánchez Cristo de la W-Radio; todos, en un acto de inocultables fetichismo y vasallaje –como si fuera una consigna del Centro Democrático–, nunca se refieren a Uribe con el tratamiento de expresidente ni –menos– de senador... sino que –alienados, con frenesí y fruición– insisten en llamarlo “presidente”; convirtiéndolo en un gobernante ‘eterno’, quedando el Presidente de Colombia como un pelele pusilánime.
Ahora se une a la congregación uribista la desvirolada parlamentaria gringa, Ileana Ros-Lehtinen, cubana-estadounidense; convertida en adlátere de Uribe al llamarlo –en un video que circula en las redes– “mi presidente...”.
¡Qué tal, ah...?

Rasca bendecida


 Corría la década del 70. El Servicio Nacional de Aprendizaje Sena me asignó el pensum de contabilidad y materias relacionadas, con ubicación en Sevilla (Valle).
Para tal efecto, solicité a las hermanas Marianitas que me facilitaran (de lunes a viernes, en la mañana y por la noche) las aulas de su convento para ejercer mi trabajo. Así cumplí por tres años mi labor.
Durante ese lapso; llegaba a Sevilla los lunes en las primeras horas de la mañana, y me regresaba a Cali los viernes después de dictar mis últimas clases de la noche.
Una que otra vez me quedaba los viernes charlando y tomándome unos tragos en la grata compañía de alumnos y amigos; entonces, me tocaba madrugar el sábado para volver a mi hogar en Cali.
En una de esas me pasé de tragos, y a altas horas de la noche ya estaba muy embriagado. Esto sucedió en una cantina, propiedad de uno de mis alumnos, ubicada frente al claustro de las hermanas de santa Mariana de Jesús, en el parque Heraclio Uribe Uribe.
La madre superiora, sor Clemencia Echeverri (q. e. p. d.), desde el balcón, alcanzó a observar mi borrachera. Sin vacilar, le ordenó al portero del edificio que con dos monjas fuera a sacarme de ese antro... “No es posible ni bien visto que el profesor del Sena dé ese bochornoso espectáculo”.
Las tres personas llegaron y me convencieron de que dejara de beber y de jugar, porque también estaba jugando cartas. Tambaleándome me condujeron al convento, me dieron un Alka-Seltzer, y me organizaron un aposento en el que pasé la rasca esa noche... ¡Qué penononóóón!
Cuando desperté, al amanecer del sábado, las monjas –muy gentiles– me insistieron en que me bañara para mejorar mi aspecto. No pude resistirme, y les hice caso.
Ya listo para salir, me retuvieron porque... “El profesor, no se puede ir sin desayunar”. Tocó aceptarles, y –en medio de una amena camaradería con las religiosas– degusté así uno de los más opíparos y suculentos desayunos que he consumido.
Nunca más volví a beber en esa cantina, pero... me hice más amigo de lo que era de esa comunidad.
                                                ...
Cabe anotar aquí que en una de mis salidas de Cali para Sevilla, le pedí a mi hermano Abelardo que –antes– me acompañara al banco. Él se quedó en la entrada cuidándome la maleta que contenía todas mis pertenencias para estrenar, la puso en el suelo y la apretó con los pies. Como se cansó, aflojó un poco las piernas; y –por detrás– un malandro tomó sigilosamente la maleta, y se la robó... sin que mi hermano se diera cuenta. Tocó devolvernos a casa, y postergar mi salida para el día martes; no sin antes avisarles al Sena en Cali, y a las Marianitas en Sevilla.

La frase de hoy


“La principal enemiga de la educación escolar es la plutocracia de los mandos medios, quienes terminan imponiendo burocráticos y retardatarios métodos educativos”.
(Julio César de Mello y Souza, “Malba Tahan”, profesor y escritor brasileño, autor del libro <publicado en 1938> El hombre que calculaba).

La venganza del ratón